A diferencia del fenómeno de los locales de comida rápida que se dio a partir de los 90, y que dejó una fuerte huella no solo en la salud sino también en los hábitos alimentarios de los jóvenes y niños de aquella generación –por no hablar de la monotonía que impuso en las alternativas de disfrute de tiempo familiar- la cultura actual se permite pensar el tema de la alimentación desde varios puntos de vista complementarios. El arte culinario como expresión de la creatividad, la intimidad familiar, la importancia de sabores y olores agradables en la casa, la salud como parte del desarrollo de todos los miembros de una familia, la recuperación de la cultura y la tradición de los progenitores se combinan para darle a la alimentación una mayor relevancia.
De la solitaria prédica de mediados de los 90 en su programa Vivir mejor en las tardes de ATC que llevaba adelante el doctor Cormillot a la profusión actual de programas de salud, fitness, y cocinas se ha recorrido un largo camino. Con un dato fuerte de este presente: la aparición de alternativas a la alimentación basada en carnes y a la profusión de carbohidratos. Así que hay mucha información y recetas para asimilar. El Libro de Doña Petrona, excelente guía para las madres de varias generaciones (algunas ediciones hoy pueden encontrarse a $32000 en internet) queda chico.
Recientemente, el legislador de Juntos por el Cambio, Daniel Lipovetzky (uno de los más férreos defensores en su espacio político de la IVE) logró que la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires apruebe la Ley provincial de alimentación vegetariana y vegana cuyo objeto es promover la igualdad de derechos de los consumidores. Los municipios de la provincia que adhieran deberán imponer un logo y cartelería que distinga los locales donde se ofrezca esta alternativa gastronómica.
De todos modos, esta legislación expone, por la negativa, el verdadero problema que nuestra sociedad está atravesando a raíz del costo de los alimentos, lo que hace que una gran franja de la población no pueda, o le cueste, llegar a una alimentación balanceada, sana, acorde a las necesidades que en cada etapa de la vida tenemos los seres humanos.
Por otro lado, la presión que ejerce cualquier paradigma alimentario promocionado al margen de la situación socioeconómica concreta, puede también generar un ruido que tergiverse profundamente el paso adelante que hemos dado como sociedad poniendo sobre la mesa la necesidad de una alimentación que contribuya al desarrollo saludable de nuestras futuras generaciones.
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