¿Qué significa estar más tranquilos?
Creo que hay que recuperar la esencia del juego de construcción porque el público no tiene tiempo ni ganas de leer instrucciones para armar juegos complejos. Un juego tiene que permitir la combinatoria básica de formas y colores para que cada uno arme lo que quiera. Un juguete se propone satisfacer ciertas necesidades y no hay que agregarle muchas más cosas porque su posibilidad de jugar es lo que lo hace sobrevivir. Y hoy mismo no estoy seguro de que haya una demanda del público por la tecnología. El paradigma de que el juguete recupera alguna franja de público por la inclusión de tecnología hoy está en discusión. No es posible para nuestra industria correr esa carrera porque, con todo el tiempo que implica esa innovación, una vez que se logra lanzar al mercado, la tecnología quedó obsoleta. Hay que volver a la idea de que un juguete es un compañero para el niño.
¿Los juguetes deben respetar esos deseos básicos?
Son movimientos básicos que no cambian. En nuestras mesas de Mis Ladrillos en Tecnópolis vemos cómo los chicos siguen una idea de construcción cuando se les proporciona un dibujo o modelo armado. Pero si eso no está, lo que hacen es apilar ladrillos para arriba. Es un instinto gregario que todos poseemos.
Los juegos construcción necesitan otra paciencia también
Todo lo que vendemos los jugueteros como valores para estimular la motricidad, la creatividad, el compartir queda sepultado por la tecnología. El de hoy es una nueva especie de chico cuyo umbral de frustración es muy bajo. Lo comprobé en los talleres que he dado en que vi cómo los chicos de 4 a 6 años se frustran encastrando los bloques porque no tienen fuerza suficiente en sus manos para hacerlo.
Cuántas reflexiones se despliegan a partir de un producto
Esas reflexiones están en cada uno de nuestros productos. La diversificación nos pone ese desafío. Si el resultado en el público satisface nuestras expectativas, entonces podemos desarrollar nuevas ideas. Eso pasó con Petit Gourmet, una línea que tiene 12 años y no deja de crecer. Vimos en ese momento en la gastronomía una posibilidad de convertir en juego una nueva profesión, un oficio redituable, un acto de amor. Transformamos un juego de cocina que se llamaba entonces Juego para nenas en un juego apto para ambos sexos; cambiamos el nombre de Como Mamita a Petit Gourmet y así generamos un nuevo público. Y un producto que se vende muy bien, sobre todo en supermercados.
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